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Mientras a don Graciliano Lima le toma dos días el proceso de elaboración de un balay en guarumá, el tejido de un canasto pequeño en moriche puede extenderse por dos semanas. Y no solo por las cualidades propias de cada fibra –la primera es rígida y proviene del tallo de la planta, y la segunda es una hebra flexible y delgada extraída de las hojas– ni por una supuesta falta de experticia en su tejido; es la artesanía reclamando su naturaleza.
Explica don Graciliano, uno de los hombres mayores del resguardo Panuré de la comunidad tucano oriental de San José del Guaviare, que luego de recolectar el guarumá y dividir los troncos en ocho trozos de no más de 5 milímetros de ancho cada uno, hay que tinturarlos de forma natural (proceso novedoso para él y los demás integrantes del grupo de tejido de la comunidad, quienes llevaban décadas usando anilinas y productos artificiales) con lo que dan sus huertas de achiote, cúrcuma y totumo.
“Gasto dos días tejiendo un balay. En total, gasto tres días porque toca cocinar más de una hora para pintar cada fibra con achiote, cúrcuma… Luego, hay que esperar a que sequen y se inicia el tejido”, labor que tampoco resulta muy sencilla, ya que este entrelazado recrea una simbología desarrollada en conjunto por los integrantes del resguardo y el grupo de expertas en etnodiseño, mercadeo y tendencias del programa Territorios de Oportunidad y el acompañamiento de la Corporación Mundial de la Mujer Colombia (CMMC), entidad organizadora de un completo trabajo de cocreación que se inició el pasado mes de abril y acaba de dar sus primeras puntadas con la colección ‘Mi maloka, mi cultura’, debut del sello étnico Suasé (tejido, en lengua tucana).
Panuré es casi un barrio de San José. Sus malokas se avistan desde las últimas calles de la capital del departamento del Guaviare, y allí se viven intactas las tradiciones de este pueblo de 86 familias y unas 387 personas (según datos del más reciente manual de convivencia); estos habitantes reciben al visitante con un símbolo de protección y permiso para ingresar, el cual es plasmado en la frente y tiene forma de rama o espina de pez.
Precisamente, su cercanía al occidentalizado corazón del Guaviare ha hecho de este espacio un resguardo de tradición y cultura y, a su vez, un sitio de romería del turista que va en busca de una experiencia étnica y, por supuesto, de suvenires tan auténticos como económicos.
“Todo es tan natural y propio de nosotros que no sabíamos cómo ponerle un precio o un valor monetario, y por eso vendíamos nuestra artesanía a un precio que no nos daba para vivir. Es una idea de soberanía liderada por las mujeres cabeza de hogar del resguardo, para ayudar a las demás personas de la comunidad porque muchas veces la artesanía nos la compraban muy barata”, explica Diana Lima, integrante del Panuré y quien a sus 33 años perpetúa el legado de su esposo Miguel Ángel Holguín Suárez (q. e. p. d.), fundador de una ONG cultural que llevaba su nombre y que hoy se conoce como la primera marca de indígenas para el mundo: Suasé. “Estamos en el proceso de reconocer que lo que se da en nuestro territorio y transformamos con nuestras propias manos, tiene un valor altísimo”, señala la lideresa cultural.
De ahí la importancia de una formación en tendencias del diseño, mercadeo, costos y creación de marca, llevada a cabo por la Corporación Mundial de la Mujer Colombia. “Ellos aprendieron todo: comercio justo, posicionamiento en el mercado y conciencia de que no se trata de que les paguen un peso por su trabajo, para que luego revendan afuera muy caro. Además, al ir el diseño sin marca, se pueden apropiar de su tradición. Ellos quisieron identificarse e identificar su know-how para que no haya filtros (venta sin intermediarios)”, dice sobre el exhaustivo trabajo de cocreación de marca con logotipo y eslogan de Jessica Galvis, diseñadora gráfica para el proyecto de gastronomía, cultura y tradición para el Guaviare de la Corporación.
Si bien los casi cuatrocientos integrantes del resguardo llevan las labores manuales en la sangre, cada uno se especializa en una fibra o en una etapa del proceso; por este motivo, Diana reconoce que evolucionar o ajustar la mentalidad de algunos miembros (incluida ella misma) ha sido una labor compleja. “Llevamos décadas haciendo nuestra artesanía, pero hoy hay que hacerla pensando en los clientes. La moda, los colores, las formas y los productos que tejimos resultaron de todo lo que las expertas de la Corporación de la Mujer nos enseñan. Uno dice: ‘Yo hago lo tradicional, lo mío y lo que sé hacer y llevo haciendo por años’. Pero esa transformación, la innovación y los productos ‘raros’ (como las lámparas y los cuelgagafas) para nosotros fue un aprendizaje constante, de usar un color así y perfeccionarlo todo; pues el tema de acabados fue novedad también”, cuenta Diana Lima, quien reconoce el rol del acompañamiento en temas de técnica.
FUENTE-AUTOR.
PILAR BOLÍVAR
https://www.eltiempo.com/vida/viajar/san-jose-del-guaviare-tejidos-desde-la-identidad-638789

Autor: Daniel Correa Villada
Antioquia, Colombia
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